lunes, 22 de octubre de 2018

El antropocentrismo, y su incidencia en la forma en que entendemos y consideramos a los demás animales.

 

De ordinario no somos conscientes de cómo muchos de nuestros pensamientos, creencias y perspectivas, no son realmente nuestras, sino que nos fueron heredadas de generaciones anteriores. Fuimos educados conforme a doctrinas que se prolongaron a lo largo de la historia, y que finalmente entendimos y asumimos como ciertas, o como “la única verdad”. Por esta razón no es extraño que frente a nuevas ideas que desafían nuestro sistema de creencias, nuestra mente se resista e intente mantener el statu quo, a fin de evitar aceptar que pudimos estar equivocados toda la vida, o a fin de no asumir los cambios que nos exigen las nuevas circunstancias, realidades y contextos.

Hoy hablaremos, de manera introductoria a una serie de temas que trataremos en lo sucesivo, respecto de una de las doctrinas quizás más arraigadas en la población, pero que, paradójicamente, pese a su gran aceptación; es de las más arbitrarias y menos racionales que existen. Nos referimos al “antropocentrismo”, y su incidencia en la forma en que entendemos y consideramos a los demás animales.

En términos generales, podemos decir que el antropocentrismo es una doctrina filosófica que sitúa al ser humano como centro y medida de todas las cosas, y que en el plano de la ética propugna que solo los intereses humanos son dignos de consideración moral, los cuales están por encima de cualquier otra cosa. Esta doctrina que, se ha aplicado en distintos contextos, fue promovida con mayor fuerza desde la época del Renacimiento como alternativa al teocentrismo, que fue la doctrina imperante durante la Edad Media, la cual consideraba a Dios como centro del universo. Así, en esta nueva visión, el ser humano sustituyó a Dios, y pasó a ocupar su lugar privilegiado.

En esta nueva estructura en la cual el ser humano se sitúa arbitrariamente en el centro del universo, todos los demás seres vivos fueron considerados medios u objetos que el humano podía utilizar en su propio beneficio, de manera tal que las distintas especies de animales, salvo el propio ser humano (que no olvidemos, también es un animal), se encontraban a su entera disposición para sus diversos propósitos. Ahora bien, si nos detenemos en el plano puramente lingüístico, también podemos advertir la influencia de esta doctrina a propósito de la forma en que nos referimos a los demás animales, y que dice bastante de nuestra actitud hacia ellos. Porque no obstante que sabemos que el ser humano también es un animal, un animal que pertenece a lo que en biología se denomina familia de los homínidos, clasificada dentro del orden de los primates; solemos hacer una clara distinción reservando el término “animales” para referirnos a las especies animales distintas de la humana, y utilizamos la palabra “ser humano” para referirnos a los animales de nuestra especie; cuando más precisamente y en base a la información que conocemos, lo correcto sería distinguir entre “animales humanos” y “animales no humanos”, que es la forma en que nosotros nos referiremos a esta distinción en las futuras publicaciones, entendiendo que el lenguaje construye realidades, y que nos interesa que los conceptos se utilicen correctamente.

Ahora bien, ¿existen argumentos racionales que nos lleven a concluir que el ser humano merece ser situado en un lugar de privilegio frente los demás animales y que solo sus intereses sean dignos de consideración moral?

Para responder a esta pregunta señalaremos los principales argumentos que suelen esgrimirse a favor de esta posición:

1.- Se ha argumentado que aquello que distingue al ser humano y lo diferencia de los demás animales es su racionalidad, su autonomía o la agencia moral, lo cual fue sostenido por importantes filósofos como René Descartes e Immanuel Kant. Sin embargo, al analizar este argumento, resulta sobre-exclusivo, toda vez que genera el problema de los llamados “casos marginales”, es decir, aquellos casos de seres humanos con severas discapacidades cognitivas, los niños y los ancianos en estado de avanzado deterioro mental, quienes bajo este criterio, quedarían excluidos de esta especial consideración. Así, si alguien nos dijera que los animales son seres inferiores a los seres humanos por no ser racionales; nosotros podríamos sostener válidamente que esa consideración implicaría asumir que los seres humanos con discapacidades cognitivas, un niño pequeño o un anciano con serio deterioro mental, también serían seres inferiores como los animales, al no poder ejercer la racionalidad que los caracteriza; lo cual a todas luces considerarían inaceptable.

2.- También se ha argumentado que lo que distingue al ser humano es su ADN, de manera tal que todo individuo que pertenece genéticamente a la especie humana, es digno de consideración moral. Esta respuesta no solo es arbitraria en el sentido de que no tiene un fundamento racional que la sustente, sino que también es implausible, porque implicaría poner al mismo nivel, a todo organismo con ADN humano, lo cual resultaría sobre-inclusivo, dado que organismos como la mórula y el embrión humano en temprana etapas de desarrollo, serían equiparables a seres humanos totalmente desarrollados, situación que también generaría problemas en el ámbito jurídico, a propósito del derecho a la vida y el aborto. Además que no se logra explicar por qué la mórula tendría un lugar privilegiado frente a animales de otras especies, como por ejemplo, un cerdo adulto.

3.-Otro argumento que se se sostuvo durante muchos años, fue que solo los seres humanos eran capaces de sentir, y que los animales actuaban mecánicamente, como autómatas; sin embargo hoy en día existe bastante evidencia científica que permite aseverar de manera concluyente que los animales también sienten. Podemos citar como referencia la Declaración de Cambridge sobre la Conciencia Animal que se realizó con fecha 7 de julio del año 2012, en la cual científicos expertos en el área de la neurociencia, concluyeron lo siguiente: «Las evidencias científicas indican que los animales tienen los sustratos necesarios para la conciencia junto con la capacidad de exhibir comportamientos con intenciones. Como consecuencia, el peso de las evidencias indica que los seres humanos no somos los únicos que poseemos los sustratos neurológicos que generan las conciencia. Los animales, incluidos los mamíferos, aves y muchas otras criaturas comparten dichos sustratos neurológicos». Esta declaración incluso fue grabada en un video histórico que dejaré en el siguiente enlace por si alguien quiere revisarlo completo: https://www.youtube.com/watch?v=wgxvLxwrMKs

En base a lo expuesto y, entendiendo que cada uno de estos temas es un complejo mundo que iremos abordando con mayores detalles progresivamente, podemos concluir que la doctrina antropocéntrica carece de fundamentos racionales que la sustenten; y adelantamos desde ya que con posterioridad surgieron nuevos conceptos derivados de ella, entre los cuales encontramos el "especismo", concepto sumamente importante para entender la problemática animal y que abordaremos en profundidad en la próxima publicación.

Consideramos que la fuerza del antropocentrismo radica, principalmente, en que, no obstante ser solo una doctrina, suele ser entendida como un hecho o una realidad por la mayoría de las personas, lo cual se debe a que fuimos educados bajo sus lineamientos; de manera tal que quienes la defienden parten de la premisa de que tienen razón, y no suelen ofrecer argumentos racionales que la sustenten, sino que traspasan la carga de la prueba a quienes la rechazan; que es, justamente, lo que hemos realizado en esta ocasión, y que probablemente retomemos a un nivel bastante más profundo en el futuro.