De
ordinario no somos conscientes de cómo muchos de nuestros pensamientos,
creencias y perspectivas, no son realmente nuestras, sino que nos
fueron heredadas de generaciones anteriores. Fuimos educados conforme a
doctrinas que se prolongaron a lo largo de la historia, y que finalmente
entendimos y asumimos como ciertas, o como “la única verdad”. Por esta
razón no es extraño que frente a nuevas ideas que desafían nuestro
sistema de creencias, nuestra mente se resista e intente mantener el
statu quo, a fin de evitar aceptar que pudimos estar equivocados toda la
vida, o a fin de no asumir los cambios que nos exigen las nuevas
circunstancias, realidades y contextos.
Hoy hablaremos, de manera
introductoria a una serie de temas que trataremos en lo sucesivo,
respecto de una de las doctrinas quizás más arraigadas en la población,
pero que, paradójicamente, pese a su gran aceptación; es de las más
arbitrarias y menos racionales que existen. Nos referimos al
“antropocentrismo”, y su incidencia en la forma en que entendemos y
consideramos a los demás animales.
En términos generales, podemos
decir que el antropocentrismo es una doctrina filosófica que sitúa al
ser humano como centro y medida de todas las cosas, y que en el plano de
la ética propugna que solo los intereses humanos son dignos de
consideración moral, los cuales están por encima de cualquier otra cosa.
Esta doctrina que, se ha aplicado en distintos contextos, fue promovida
con mayor fuerza desde la época del Renacimiento como alternativa al
teocentrismo, que fue la doctrina imperante durante la Edad Media, la
cual consideraba a Dios como centro del universo. Así, en esta nueva
visión, el ser humano sustituyó a Dios, y pasó a ocupar su lugar
privilegiado.
En esta nueva estructura en la cual el ser humano
se sitúa arbitrariamente en el centro del universo, todos los demás
seres vivos fueron considerados medios u objetos que el humano podía
utilizar en su propio beneficio, de manera tal que las distintas
especies de animales, salvo el propio ser humano (que no olvidemos,
también es un animal), se encontraban a su entera disposición para sus
diversos propósitos. Ahora bien, si nos detenemos en el plano puramente
lingüístico, también podemos advertir la influencia de esta doctrina a
propósito de la forma en que nos referimos a los demás animales, y que
dice bastante de nuestra actitud hacia ellos. Porque no obstante que
sabemos que el ser humano también es un animal, un animal que pertenece a
lo que en biología se denomina familia de los homínidos, clasificada
dentro del orden de los primates; solemos hacer una clara distinción
reservando el término “animales” para referirnos a las especies animales
distintas de la humana, y utilizamos la palabra “ser humano” para
referirnos a los animales de nuestra especie; cuando más precisamente y
en base a la información que conocemos, lo correcto sería distinguir
entre “animales humanos” y “animales no humanos”, que es la forma en que
nosotros nos referiremos a esta distinción en las futuras
publicaciones, entendiendo que el lenguaje construye realidades, y que
nos interesa que los conceptos se utilicen correctamente.
Ahora
bien, ¿existen argumentos racionales que nos lleven a concluir que el
ser humano merece ser situado en un lugar de privilegio frente los demás
animales y que solo sus intereses sean dignos de consideración moral?
Para responder a esta pregunta señalaremos los principales argumentos que suelen esgrimirse a favor de esta posición:
1.- Se ha argumentado que aquello que distingue al ser humano y lo
diferencia de los demás animales es su racionalidad, su autonomía o la
agencia moral, lo cual fue sostenido por importantes filósofos como René
Descartes e Immanuel Kant. Sin embargo, al analizar este argumento, resulta sobre-exclusivo, toda vez que genera el problema
de los llamados “casos marginales”, es decir, aquellos casos de seres
humanos con severas discapacidades cognitivas, los niños y los ancianos
en estado de avanzado deterioro mental, quienes bajo este criterio,
quedarían excluidos de esta especial consideración. Así, si alguien nos
dijera que los animales son seres inferiores a los seres humanos por no
ser racionales; nosotros podríamos sostener válidamente que esa
consideración implicaría asumir que los seres humanos con discapacidades
cognitivas, un niño pequeño o un anciano con serio deterioro mental,
también serían seres inferiores como los animales, al no poder ejercer
la racionalidad que los caracteriza; lo cual a todas luces considerarían
inaceptable.
2.- También se ha argumentado que lo que distingue
al ser humano es su ADN, de manera tal que todo individuo que pertenece
genéticamente a la especie humana, es digno de consideración moral. Esta
respuesta no solo es arbitraria en el sentido de que no tiene un
fundamento racional que la sustente, sino que también es implausible,
porque implicaría poner al mismo nivel, a todo organismo con ADN humano,
lo cual resultaría sobre-inclusivo, dado que organismos como la mórula y
el embrión humano en temprana etapas de desarrollo, serían equiparables
a seres humanos totalmente desarrollados, situación que también
generaría problemas en el ámbito jurídico, a propósito del derecho a la
vida y el aborto. Además que no se logra explicar por qué la mórula
tendría un lugar privilegiado frente a animales de otras especies, como
por ejemplo, un cerdo adulto.
3.-Otro argumento que se se sostuvo
durante muchos años, fue que solo los seres humanos eran capaces de
sentir, y que los animales actuaban mecánicamente, como autómatas; sin
embargo hoy en día existe bastante evidencia científica que permite
aseverar de manera concluyente que los animales también sienten. Podemos
citar como referencia la Declaración de Cambridge sobre la Conciencia
Animal que se realizó con fecha 7 de julio del año 2012, en la cual
científicos expertos en el área de la neurociencia, concluyeron lo
siguiente: «Las evidencias científicas indican que los animales tienen
los sustratos necesarios para la conciencia junto con la capacidad de
exhibir comportamientos con intenciones. Como consecuencia, el peso de
las evidencias indica que los seres humanos no somos los únicos que
poseemos los sustratos neurológicos que generan las conciencia. Los
animales, incluidos los mamíferos, aves y muchas otras criaturas
comparten dichos sustratos neurológicos». Esta declaración incluso fue
grabada en un video histórico que dejaré en el siguiente enlace por si
alguien quiere revisarlo completo: https://www.youtube.com/watch?v=wgxvLxwrMKs
En base a lo expuesto y, entendiendo que cada uno de estos temas es un
complejo mundo que iremos abordando con mayores detalles
progresivamente, podemos concluir que la doctrina antropocéntrica carece
de fundamentos racionales que la sustenten; y adelantamos desde ya que
con posterioridad surgieron nuevos conceptos derivados de ella, entre
los cuales encontramos el "especismo", concepto sumamente importante
para entender la problemática animal y que abordaremos en profundidad en
la próxima publicación.
Consideramos que la fuerza del
antropocentrismo radica, principalmente, en que, no obstante ser solo una
doctrina, suele ser entendida como un hecho o una realidad por la
mayoría de las personas, lo cual se debe a que fuimos educados bajo sus lineamientos; de manera tal
que quienes la defienden parten de la premisa de que tienen razón, y no
suelen ofrecer argumentos racionales que la sustenten, sino que traspasan la carga de la
prueba a quienes la rechazan; que es, justamente, lo que hemos realizado
en esta ocasión, y que probablemente retomemos a un nivel bastante más
profundo en el futuro.